Por José Corniel
Corrían las 3:30 de la madrugada de ese aciago día, cuando mi esposa me despertó sobresaltada, diciéndome que teníamos que levantarnos porque el río se iba a "meter", claro está, mis preguntas no se hicieron esperar: "Por qué lo dices, como los sabes?, a lo que ella me respondió: "Me da el olor del barro, como la última vez", se refería mi esposa al huracan Goldon, que habia inundado a Tamayo, el 8 de noviembre, del año 1994.
No le valió a mi esposa tratar de convencerme para que nos levantaramos y tomáramos las medidas de lugar al respecto, porque yo estaba "convencido" que eran cosas de ella, temores por el trauma que pude haberle causado la experiencia anterior, por lo que la convencí de que nos volvieramos a dormir, lo que en efecto sucedió. No había pasado una hora cuando desperté, y al bajar los pies de la cama para incorporarme e ir al baño, tremenda sorpresa, ya el agua me daba por las pantorrillas o batatas, procediendo de inmediato a llamar a mi esposa, que se había quedado dormida convencida por mí de que nada pasaría, por lo que procedimos a cargar a nuestro primer hijo recién nacido y llevarlo al segundo nivel de la casa en donde vivíamos en el sector el Cacique, detrás de Radio Enriquillo, donde laborabamos para la fecha.
Ya ubicados en el segundo nivel de la vivienda, me percato, porque no pudimos subir más nada, que no contábamos con leche ni agua filtrada para nuestro vástago, lo que me obligó volver al primer nivel en busca del alimento para el bebé. Bajé y con suma dificultad pude abrir la puerta de hierro de la galería, que se mantenía cerrada por la presión que ejercía la corriente de agua y todo tipo de basura que la embestia, entré y al llegar a la sala con el agua por el pecho, vi la nevera que flotando se acercaba a mí y, a su lado, venían la lata de leche y el agua filtrada. Las tomé y rápidamente subí sin poder salvar más nada, debido a que el agua continuaba subiendo muy rápido y allí mi vida corría peligro.
Para ese primer momento de la inundación de Tamayo, no fue mucha el agua que penetro e inundó al pueblo, si la comparamos con el segundo, que inicia a eso de las diez de la mañana de ese mismo día, tras haberse desaparecido la primera partida. Ya las familias tamayense o tamayera, habían comenzado a limpiar sus casas, a tratar de salvar las pocas cosas que no estaban dañadas del todo y así sucesivamente. Pero el fantasma de la inundación volvió a aterrorizar al pueblo, cuando corrió como pólvora la noticia de que el Río volvía y con mucho más agua que la primera vez, lo que en efecto se produjo, pero esta vez agarró a la gente preparada, subida en azoteas y en los pocos segundos niveles que para la fecha, 1998, había en el pueblo de Tamayo.
Mi concuñado, o sea, el esposo de la hermana de mi esposa, Guillemo Cuevas y yo, motivados por la noticia de que el río volvía, fuimos a llevar a la familia de nuestras esposas a un lugar seguro, pero el regreso hacia nuestras casas se nos hizo imposible por las fuertes corrientes de agua que experimentaba el río que se había vuelto a meter en el pueblo, lo que nos obligó a entrar al local donde estaban los estadios de la emisora, pero no por mucho trompo, ya que al rato de estar allí, acompañados del señor Pedro Pablo, otro tabajador de la emisora, hoy fallecido, tuvimos que salir y, vimos como solución inmediata entrar al baño, cerrar las puertas y quedarnos allí, porque las embrabecidas aguas del río Yaque habían derribado la verja perimetral y penetrado con toda su furia al interior del edificio. Luego de un rato de estar en el baño con las puertas cerradas, el agua comenzó a subir rápidamente, viéndonos en la obligación de salir y subir hacia la azotea, peripecia que pudimos hacer gracias a que la persiana del baño era de láminas, las que quitamos y con mucho esfuerzo salimos por el pequeño hueco abierto.
Ya en la azotea, allí estuvimos bajo agua, fuertes vientos y la amenaza de que la antena de la radio cediera a la inclemencia del tiempo y nos cayera encima; Además del frío y el hambre que azotaban. En este lugar perduramos hasta las 3 de la mañana, cuando, empujados por el hambre, el frío y el temor de la caída de la antena, decidimos lanzarnos a las aguas para llegar nadando a un segundo nivel en construcción que quedaba contiguo a la emisora, propiedad de un señor llamado Kico Zorrilla, donde había una familia cubriéndose con lonas del agua lluvia que caía con gran ímpetu.
Allí fuimos bienvenidos, pero no había nada para darnos de comer, por lo que la señora, de forma muy gentil, procedió a darnos un poco de agua de azucar que había preparado previamente, posiblemente, para el consumo de su familia.
Como el hambre era el principal motor de nuestra travesía, pues un poco más tarde, decidimos salpar de ahí hacia donde el día anterior habíamos dejado a los familiares de nuestras esposas, que quedaba un poco retirado de donde nos encontrabamos, tras abandonar la emisora.
Nuevamente nos lanzamos al río y a puro brazos y piernas pudimos nadar hacia donde, por fin, y ya siendo las 6 de la mañana, encontramos un plátano frío y seco que habían salcochado el día anterior.
Bajo estas condiciones, no creo que pueda olvidar esta fecha...
Les comparto algunos datos sobre los daños causados por el huracán GEORGE a nivel nacional.
Un saldo oficial de 276 muertos. 79 desaparecidos.
218,000 mil damnificados.
Pérdidas económicas estimadas en unos 18,360 millones de pesos.
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