Las mujeres dijeron presente en la guerra restauradora

 Mi bandera no se baja,

ella estuvo siempre arriba.
Es el alma de mi patria
y por ella doy mi vida”.
Canela Mota, poetiza banileja

 


La historia, como bien lo expresó el ilustre humanista Eugenio María Hostos, ha de presentarnos la vida de la humanidad[i][ii]. Y en todo momento, hemos de entender el término “humanidad” como un concepto incluyente de los géneros que la integran, entiéndase, el hombre y la mujer. Sin embargo, no ocurre así en el tratamiento de esta importante rama del saber, especialmente en la historiografía tradicional; pues vemos cómo a menudo se omiten datos y elementos esenciales, sectores claves, así como procesos y eventos determinantes para una correcta intelección de la misma.

En lugar de estos elementos, sectores, procesos y eventos omitidos, se erigen otros hechos y sujetos como únicos y decisivos componentes de la historia. Esta visión amnésica y sesgada, tiene entre sus pecados fundamentales la omisión manifiesta del papel histórico de la mujer.

Siendo la historia según Pierre Vilar: “el único instrumento que puede abrir las puertas a un conocimiento del mundo de una manera, si no “científica”, por lo menos “razonada”[iii]hemos de asumir a todas luces que el conocimiento del mundo está incompleto, al invisibilizarse el papel de una proporción tan importante como el 50% de los sujetos sociales involucrados, de una u otra forma, en uno u otro rol, en los procesos sociales.

 La historia, sigue diciéndonos Pierre Vilar,  es una construcción[iv], y  tal como lo  señala Fran Moya Pons, de lo que trata la Historia es del estudio de las sociedades, de los grupos sociales en su devenir[v]. En consecuencia, el abordaje de la construcción de las sociedades al omitir actores esenciales, se vuelve parcial,  limitado, sesgado. Hasta ahora la historia, al intentar “explicar la realidad social en su proceso de formación y transformación a  lo largo del tiempo”, no ha logrado el cometido de ofrecer una visión integral e incluyente. Visto así, al concepto historiográfico de la vida de la humanidad que nos refiere Hostos, le hace falta un sujeto fundamental, la mujer. Urge una relectura, una revisión que produzca una necesaria visibilización del sujeto mujer en la historia, una nueva historia.

Esta nueva historia debe responder con claridad a la idea siguiente que nos plantea Josep Fontana: “Desde sus comienzos, en sus  manifestaciones más primarias y elementales, la historia ha tenido siempre una función social…”[vi].

Puerta del Conde

Pierre Vilar sostiene: “creer que se ha dicho lo suficiente sobre un problema antes de haber confrontado la línea de reflexión elegida con un  análisis profundo de las realidades, complejas en el espacio y cambiantes en el tiempo”[vii] Ahí volvemos a enfatizar el error que ha tenido la historia tradicional, pues ha olvidado que la “materia de la historia no solo atiende los hechos “curiosos” o “destacados” , puesto que, si bien se mira, los grandes rasgos de la evolución humana han dependido  sobre todo del resultado estadístico de los hechos anónimos:  de aquellos cuya repetición determina los movimientos de la población, la capacidad de producción, la aparición de las instituciones, las luchas secretas de las clases sociales-hechos de masas todos…[viii]

Es justamente en esos hechos anónimos que encontramos muchas de las acciones que las mujeres han realizado como constructoras de la historia. Esos hechos que se repiten a diario, que forman parte de la cotidianidad, que son la vida misma de los pueblos, no han trascendido a la categoría de “históricos” porque la historia tradicional no los ha tratado así.

Cuando miramos los hechos que han determinado la historia dominicana, si buscamos las marcas femeninas en ellos, estas no aparecen, porque están ocultas bajo ese manto excluyente de quienes han visto la historia desde la heroicidad del hecho machista-político-militar.

 

La mujer dominicana en la Guerra Restauradora (1863-1865)

Ya hoy es quizás muy común reconocer que hubo mujeres muy activas en la lucha por la Independencia de 1844, pero… ¿Qué pasó en la Guerra Restauradora? ¿Dónde estaban las mujeres?

Caracterizada por muchos historiadores como una guerra eminentemente popular, hemos de suponer que la presencia femenina fue importante. y La historia la hacen los pueblos y la mujer es parte intrínseca del pueblo en tanto sujeto de la construcción de su propia historia. No obstante, confinadas como hemos estado en la sociedad patriarcal a las tareas domésticas, al hogar, a lo privado; la labor de la mujer en los hechos políticos-militares ha sido claramente limitada. No obstante, su aporte, aunque pueda verse disminuido porque ha sido circunscrito al aspecto logístico o de soporte, no puede soslayarse, pues al hacerlo, estamos ignorando que, a la hora de hacer cambiar el curso de una situación oprobiosa, cualquier elemento que contribuya a tal logro, es un aporte de intensidad incalculable.

Este artículo intenta ser una herramienta reivindicadora del papel histórico de la mujer en la guerra restauradora. A pesar de lo poco que se ha escrito sobre el tema, empiezo por recoger los nombres y acciones de restauradoras ilustres; no solo como testimonio pertinente, sino también tributo a su coraje y al aporte ignorado, más no por ello devaluado. Hablo de mujeres guerreras que supieron acudir al llamado de la Patria desde las limitaciones de sus contextos, conscientes de su deber  de luchar por la soberanía y la dignidad. [ix]

En un artículo titulado “Mujeres Banilejas: Orgullo dominicano”, publicado en el Listín Diario en 2019, se resalta la labor patriótica de dos ilustres dominicanas que se opusieron al acto ominoso perpetrado por Pedro Santana y su grupo, es decir, la anexión a España, el 18 de marzo de 1861, hecho que dio al traste con la Primera República. Son Ellas:

María Encarnación Echeverría Vilaseca. Según resalta el citado artículo, esta insigne banileja y culta poetiza, escribió varios poemas contra la anexión y durante la Guerra Restauradora, bajo el seudónimo de “Una Dominicana”, estando en Santiago de los Caballeros. La labor literaria de María Encarnación tuvo más acogida fuera del país que aquí, pues como lo expresa el artículo citado: sus versos fueron merecedores de la mejor acogida en el extranjero”. Cabe destacar que su soneto “La Creencia”, fue seleccionado por Marcelino Menéndez y Pelayo para ser publicado en la Antología Poética Hispoamericana, en el IV Centenario Colombiano. Las páginas de la revista “Letras y Ciencias” y del libro “Semblanzas Dominicanas”, de Federico Benigno Pérez, plasmaron su obra literaria.”

Encarnación Mota y Cotín (Canela).

Canela Mota, considerada como una mujer intrépida y valiente, “salió a la calle clamando en contra del odioso hecho, derramó lágrimas de santa indignación, e hirió el amor propio de los varones que consentían la consumación de tan vergonzoso perjuicio. La acción de Canela Mota, quien era hija de Manuel de Regla Mota, se produjo cuando su padre levantó la bandera española en el acto donde se reconocía la horrorosa medida que mataba el ideal republicano”. Rodríguez Demorizzi en su artículo “Mujeres banilejas: Orgullo dominicano”, establece que: “Con una bandera en mano, posiblemente el 18 de marzo de 1862, Canela Mota salió a las calles de su natal Baní proclamando la insignia poética:

Mi bandera no se baja,

ella estuvo siempre arriba.

Es el alma de mi patria

y por ella doy mi vida”.

 

En una reseña del periódico El Nacional sobre el libro: “La Historia con ojos de Mujer” de Carmen Rosa Hernández, Iluminada González y Miledy Pringle, dichas autoras recogen los nombres de varias mujeres restauradoras, como:

 María Catalina Encarnación. Esta valiente mujer animó a sus hijos a participar en la acción bélica restauradora, con tal determinación que perdió a 4 de los 14 vástagos que tuvo en dicha gesta. Cabe resaltar que varias de sus hijas cumplieron el papel logístico de cocineras de las tropas patrióticas.

Antonia Batista. Otra activa restauradora que “convirtió su casa en punto de reunión y coordinación para el movimiento restaurador. Además de cumplir las tareas de lavar, cocinar y atender a los heridos del bando nacional”[x].

María Pérez. Era esposa del general Florentino, y este la adiestraba en el manejo de la espada y en algunas tareas de la guerra”[xi]. Hubo mujeres que se destacaron vendiendo sus bienes para aportar dinero a la causa, como fue el caso de Águeda Rodríguez Salcedo. Águeda se destacó además por el “enlace”, o el vínculo de comunicación entre los patriotas dominicanos locales y los que estaban en Cabo Haitiano preparando las acciones para lo que más tarde se conoció como el Grito de Capotillo, hecho que marcó el inicio de las acciones más significativas de la guerra restauradora. A partir del Grito de Capotillo el 16 de agosto de 1863, la guerra tomó otro rumbo.

Puerta en el baluarte del Conde
Antigua entrada a la ciudad colonial de Santo Domingo

 Cabe recordar que antes de los hechos de Capotillo todos los esfuerzos conspirativos fracasaron. En la primera protesta dirigida por José Contreras el 2 de mayo en Moca, todos los patriotas fueron fusilados. El patricio Francisco del Rosario Sánchez, quien con ayuda del gobierno haitiano de Fabré Geffrard, entró desde Haití hasta San Juan de la Maguana, siendo fusilado él y sus compañeros el 4 de julio el 1961. Las acciones realizadas en el año 1863, tanto en el sur como en la región norte corrieron la misma suerte. Sobre la acción realizada por Cayetano Velázquez en Neiba, el historiador Filiberto Cruz Sánchez señala: “…unos cincuenta hombre dirigidos por Cayetano Velázquez intentaron asaltar la casa del Comandante de Armas, siendo aplastados de inmediato por las fuerzas del gobierno”.[xii] 

 En la región Norte las insurrecciones también decayeron por varias razones, por lo que, tal como nos señala el referido autor, “La mayoría de los patriotas dominicanos que participaron en las sublevaciones de febrero decidieron refugiarse en Haití durante los siguientes seis meses, aprovechando la solidaridad del gobierno haitiano de Geffrard, quien seguía opuesto a la anexión de Santo Domingo.”[xiii]

 Es entonces con el Grito de Capotillo, que realmente la causa restauradora se encamina hacia el logro de la victoria sobre el ejército español.  Por ello, el determinante rol de “enlace” que cumplió una mujer de la talla de Águeda Rodríguez Salcedo, adquiere una irregateable y trascendental dimensión histórica que nos llena de orgullo y nos invita a un merecido y reivindicador reconocimiento a esta insigne mujer, y en ella, a todas las mujeres dominicanas presentes en nuestras luchas patrióticas.

 ¿Qué mayor rol histórico podemos reclamarles a mujeres que asumieron con valor espartano la causa restauradora, entregando su amor y su sangre en la sangre de sus propios hijos y esposos, animado a las tropas, escribiendo poemas patrióticos, sirviendo de enlace, curando los heridos, aportando dinero, cocinando, lavando o prestando sus casas para las reuniones conspirativas, a riesgo de sus propias vidas?

 La nueva historia está llamada a revindicar y a elevar el valor cualitativo de estas acciones y roles logísticos, sin cuyo aporte cívico-patriótico no habría sipo posible concretar la causa restauradora. Se trata de asumir que la historia es una construcción colectiva, en la cual desde las acciones más puntales hasta los eventos más concluyentes, suman peldaños hacia la conquista de las causas patrias.

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